Es el acuerdo, o relación de semejanza, entre la conducta y/o actitud (que predispone a la conducta aún en ausencia del grupo) de una persona, y las de un grupo (generalmente personas con el mismo estatus), consecuencia de la necesidad cognitiva de coherencia (reducción de disonancia cognitiva) y de la necesidad emocional gregaria de sentirse en armonía con la mayoría (para no sentirse vulnerable y rechazado).
Vean el impresionante referente creativo de la imagen que representa esta página:
Another brick in the wall (El Muro, Pink Floyd)
Los experimentos de conformidad de Solomon Asch
Asch (1951, 1955, 1956) se interesó por los factores que llevan a los individuos a ceder a la presión de un grupo cuando éste formula, con toda evidencia, un juicio incorrecto. Para estudiar la conformidad en el laboratorio, Asch reunió grupos de personas para que participaran en un estudio que trataba manifiestamente de la percepción visual. La tarea perceptiva consistía en comparar la longitud de tres líneas con la de una línea patrón. En cada uno de los 18 ensayos, una de las líneas que había que comparar tenía la misma longitud que la línea patrón, mientras que las dos restantes tenían una longitud diferente. Debido a la manera como habían sido construidas las líneas, resultaba sumamente sencillo elegir la línea correcta entre las que había que comparar con el patrón.
Cada grupo experimental, formado por 7 a 9 personas, tan sólo contenía un verdadero sujeto ingenuo. Los otros miembros del grupo eran cómplices que habían recibido instrucciones de dar respuestas incorrectas unánimes en 12 de los 18 ensayos. De esta manera, en estos ensayos, todos los cómplices elegían una de las dos líneas de comparación incorrectas. Los asientos se hallaban dispuestos de tal manera que el verdadero sujeto respondía en penúltimo lugar, encontrándose así expuesto a la presión del grupo cuando los demás miembros daban respuestas incorrectas. Los cómplices habían recibido instrucciones de comportarse como si la experiencia fuese algo nuevo para ellos y de responder de manera natural y confiada. Asch también utilizó una condición de control en la cual los sujetos emitían sus juicios en privado, sin ninguna presión por parte del grupo.
Los resultados de esta experiencia fueron totalmente sorprendentes. Mientras que los sujetos de la condición de control cometían errores en una proporción inferior al 5% de los ensayos, los sujetos expuestos a la presión del grupo estaban de acuerdo, con la mayoría errada, en una proporción de aproximadamente 33%. Además, el 75% de los sujetos cometía al menos un error, que suponía conformarse a la mayoría.
En sus experiencias posteriores, Asch investigó cómo la conformidad era influenciada por variables como la dificultad de la tarea perceptiva (a mayor dificultad o ambigüedad de los estímulos, más conformidad; de ahí la especial relevancia de los experimentos de Asch, puesto que los estímulos eran muy obvios), el tamaño de la mayoría (la conformidad aumenta con el tamaño del grupo si el sujeto percibe los miembros del mismo como independientes entre sí) y la unanimidad de la mayoría (la falta de unanimidad reduce la conformidad, pero en cuestiones de opinión se reduce sólo con un apoyo social que tenga la misma opinión que el sujeto).
El efecto de arrastre
Muchas veces (muchísimas, ¿no?) la gente dice o hace cosas no por ser consecuencia de una reflexión o razonamiento personal, sino porque es así como piensa o actúa la mayoría, lo que es expresión del instinto gregario humano. El fenómeno de acomodación a la mayoría es conocido también como “efecto bandwagon” (anglicismo equivalente a “efecto de arrastre”, y “jumping on the bandwagon”=“subirse al carro”; bandwagon es un carro que lleva una banda de música en un desfile, circo u otro espectáculo): las creencias o conductas sociales se propagan irreflexiva y exponencialmente entre la gente (como en las modas), en función del tamaño percibido del grupo que ya las detenta (que ya se ha “subido al carro”). Así, cuanta más gente llegue a creer o hacer algo, más gente se sumará a esa creencia o conducta, sin importar la bondad, justicia, conveniencia, coherencia, verdad o ética subyacentes (de hecho, este efecto gregario es responsable de la mayoría de las atrocidades ocurridas en la historia).
La expresión “jumping on the bandwagon” fue usada por primera vez en la política americana en 1848, cuando Dan Rice (un famoso y popular payaso profesional de circo, bufón personal de Abraham Lincoln) usó con éxito su bandwagon en la campaña electoral de Zachary Tailor (12º Presidente de los EE.UU., fallecido en 1850, a los 16 meses de su nombramiento) para lograr adhesiones y votantes usando la música. Los bandwagons se convertirían desde entonces en el estandarte de las campañas electorales.
El efecto de arrastre se produce en las elecciones cuando se vota por candidatos o partidos que son “probables ganadores” (efecto reforzado por encuestas, informaciones, o presencia en los medios de comunicación).
La invasión de Cuba
El presidente John F. Kennedy y varios de sus principales asesores, sostuvieron una reunión en marzo de 1961 para discutir un plan de la CIA para la invasión de Cuba. El grupo llegó a un consenso: había que llevar a cabo la invasión. Al menos uno de los asesores, Arthur Schlesinger, abrigaba serias dudas acerca de la prudencia del plan, pero no defendió con vigor su posición. Como lo escribiría más tarde el propio Schlesinger (1965): “En los meses siguientes a la cuestión de Bahía de Cochinos, me reprochaba amargamente haber permanecido tan silencioso durante esas discusiones cruciales en el salón de reunión del gabinete... Sólo puedo explicar mi incapacidad de hacer algo más que plantear algunas preguntas tímidas, diciendo que el impulso que sentíamos por hacer sonar la alarma ante semejante absurdo había sido reducido a nada por las circunstancias de la discusión”.
La invasión de Bahía de Cochinos (o de Playa Girón), que tuvo lugar entre el 15 y el 19 de abril de 1961, con el propósito de derrocar a Fidel Castro, constituyó un rotundo fracaso para EE.UU. y los exiliados cubanos, con un saldo superior a 100 muertos entre los invasores y al menos 178 muertos (quizás miles) en el ejército cubano. Los prisioneros anticastristas (1189) fueron juzgados y condenados por el gobierno cubano, pero posteriormente canjeados (finales de 1962), a través de intermediarios con el gobierno estadounidense, a cambio de 53 millones de dólares en forma de alimentos, medicinas y tractores... Por lo demás, la victoria del ejército cubano se convirtió en un enorme respaldo a Fidel Castro y a la Revolución Cubana.