La excitación del sentido
El entusiasmo es una exaltación positiva del ánimo, que se despierta y mantiene por una intensa atracción hacia algo (o alguien) que se idealiza (se percibe perfecto, deseable y/o a nuestro alcance), que ilusoriamente satisface las propias necesidades emocionales, y que motiva a realizar una actividad, directa o indirectamente asociada a la fuente de atracción.
El término proviene del griego “inspiración o posesión divina”; el entusiasta habría sido poseído por un dios, que lo guiaría y le infundiría su conocimiento y fuerza. "Dios está dentro de él": es por eso que inspira interés en los demás, que emociona, e incluso despierta entusiasmo; alguien “no inspirado” (que no cree en sí mismo o en lo que dice) podría querer influir en los demás, pero quizás sólo aburra. Los niños son entusiastas por naturaleza; es la influencia social la que va erosionando esta disposición mental.
Es una emoción básica positiva, estrechamente vinculada con el enamoramiento. Aquel que se entusiasma, siente una alegría especial, se enamora de una idea, de una causa, de un proyecto, y la vida se llena de sentido para él. A veces la chispa del entusiasmo se enciende como si de un flechazo se tratara, otras la llama va creciendo más lentamente hasta alcanzar la misma categoría emocional.
El entusiasmo es una fuerza emocional motivante, impulsora de la actividad, y de realizarla lo mejor que podemos (Perfección en la actividad); el resultado de la misma puede ser positivo o negativo, o ni lo uno ni lo otro; puede ser la confirmación de la ilusión, o la caída en la desilusión. Dependerá de lo “ciegos” que nos hayamos “enamorado”, y de cómo vivamos ese “enamoramiento”. Tan perseverante es el entusiasta como el enamorado, y es verdad que a veces el enamoramiento se transforma en amor.
Lo cierto es que, considerando la vida como un lugar de aprendizaje, el entusiasmo nos dirigirá hacia algún lado, y no hacia otro, y el aprendizaje que obtengamos, los logros internos que alcancemos, dependerán de cómo vayamos percibiendo las realidades que se nos van presentando, y cómo nos adaptemos a ellas. Uno podría “aprender mal” si al menor obstáculo abandona aquello que es fuente del interés; también podría “aprender mal” si ante serios obstáculos no deja de estar ciego, y no abandona la idea (o la forma de alcanzarla). Menor o mayor resistencia habrá como para renunciar a la ilusión, y encaminarnos a lo que, para nosotros, sería, además de cotidiano, “aburrido” o desesperanzador.
En el misterio de la vida, el entusiasmo da sentido, nos orienta y conduce; la forma en que lo utilicemos condicionará el éxito o el fracaso interior. Si seguimos el camino que nos señala, de una forma coherente para nosotros, aceptando contrariedades y superándolas, utilizando la fuerza que nos infunde, estaríamos en el caso de “aprender bien” y, desde luego que es posible que el “resultado” sea positivo, incluso tanto como para entrar en la categoría de lo asombroso.