Es el amor a la imagen de sí mismo. Sería el complemento libidinal del egoísmo (interés desmedido por sí mismo, y el propio bienestar, por encima del de los demás), con el que se confunde con frecuencia, pudiendo ir separados.

La “Libido” (energía de las pulsiones sexuales) comenzaría unida al yo infantil (libido del yo), en el narcisismo primario, antes de poder dirigirse hacia los objetos exteriores. La retirada de la libido objetal hacia el yo constituye el narcisismo secundario, que se observa especialmente en los estados psicóticos (hipocondría, delirio de grandeza).

El amor hacia los demás es expresión del amor a uno mismo, como ser total. Sin embargo, a mayor narcisismo (libido del yo), menos amor hacia el prójimo (libido objetal).

Ver Yo ideal y Pulsiones de vida en Mecanismos de defensa.

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El mito de Narciso

En la versión romana del mito de Narciso, del poeta Ovidio (en el libro III de “Las Metamorfosis”, año 8 d.C., narración de Narciso y Eco), Narciso es un joven de extraordinaria belleza, que nace del encuentro entre Liríope, la bella ninfa de los cabellos azules, y Cefiso, una deidad del río, quien la estrechó en el punto más sinuoso de su recorrido y la violó. Preocupada por el bienestar de su hijo, Liríope decide consultar a Tiresias, un adivino ciego, sobre el futuro de su hijo. La premonición de Tiresias es que “vivirá muchos años si no se conoce a sí mismo”.

Narciso crece sin conocer su belleza, cautivando, sin embargo, con ella, a doncellas, ninfas, muchachos, mujeres y hombres, que le declaran su amor, pero a los que rechaza sistemáticamente.

Entre las jóvenes heridas por su amor estaba Eco, una ninfa de la montaña, castigada por la diosa Hera a repetir la última palabra que pronunciara su interlocutor (debido a que la culpó por entretenerla con su elocuente conversación, encubriendo las infidelidades de su marido Zeus, el padre de los dioses griegos), impidiéndole hablar por iniciativa propia. Esta limitación llevó a Eco a apartarse del trato humano y a recluirse en una cueva cercana a un manantial.

Eco fue, por tanto, incapaz de hablarle a Narciso de su amor, pero un día, cuando él estaba de cacería por el bosque, acabó apartándose de sus compañeros. Cuando él preguntó “¿Hay alguien aquí?”, Eco, contenta, respondió “Aquí, aquí”. Incapaz de verla oculta entre los árboles, Narciso le gritó: “¡Ven!”. Después de responder “Ven, ven”, Eco salió de entre los árboles con los brazos abiertos. Narciso cruelmente se negó a aceptar su amor, por lo que la ninfa, desolada, se ocultó en su cueva y allí se consumió hasta que solo quedó su voz, repitiendo para siempre las últimas palabras que escucha...

Nemesis, diosa griega de la justicia retributiva (el castigo en proporción al daño causado), que había presenciado toda la desesperación de Eco, entró en la vida de Narciso... Un día Narciso, que había vuelto a salir a pasear, fue encantado por Nemesis, hasta casi hacerle desfallecer de sed. Entonces recordó que donde una vez había encontrado a Eco había un manantial, y sediento se encaminó hacia él. Así, a punto de beber, vio su imagen reflejada en el mismo. Y como había predicho Tiresias, esta imagen le perturbó enormemente. Quedó absolutamente cegado por su propia belleza, en el reflejo…, enamorándose de la imagen de sí mismo.

Es interesante el hecho de que Narciso no es consciente, en un principio, de que la imagen reflejada sea la de él mismo, quedando así aún más patente que su amor no es hacia sí mismo, sino a una imagen que ni siquiera sabe que es reflejo de su cuerpo... La progresiva consciencia de sí mismo queda bien expresada en el texto de Ovidio:

“¿Cuántas veces besó en vano ese engañoso manantial?, ¿cuantas veces sumergió su cuello en las aguas, tratando con sus brazos de atrapar lo que había visto? No sabe lo que ve, pero lo que ve le consume, y el mismo error que le engaña, le excita. Crédulo (dice Ovidio), ¿porqué tratas de coger en vano la fugaz imagen?, no existe en ningún lugar lo que buscas. Apártate. Lo que amas lo perderas. Esta que ves es la sombra de tu imagen reflejada, nada de si misma tiene esa figura. Viene y se va contigo, contigo se marchará si puedes marcharte (...). Ni la inquietud de Ceres ni el descanso puede alejarle de allí, sino que extendido sobre la espesa hierba contempla la engañosa imagen con una mirada insaciable víctima de sus propios ojos. Levantándose un poco extiende los brazos a los árboles que tiene alrededor y dice: ¿Alguno ha amado con más triste crueldad? Y sigue hablando Narciso: Me encanta y lo veo, pero lo que veo y me encanta, sin embargo, no lo encuentro. Tan grande es el error que se apodera de mi amor. Y para que sea mayor mi dolor, no nos separa ni un inmenso mar, ni un camino, ni montañas, ni murallas con sus puertas cerradas. Sólo un poco de agua nos separa. Cuando yo alargo mis brazos hacia ti, tu los extiendes también. Cuando yo te sonrío, tu también; también, a menudo, he notado tus lágrimas cuando yo lloraba; también con una inclinación de cabeza respondes a mis señas; y por lo que puedo sospechar por el movimiento de tu hermosa boca, tu me diriges palabras que no llegan a mis oídos. Éste soy yo. Lo he sentido, y mi imagen no me engaña: me abraso en el amor de mi mismo, llamas muevo y llamas llevo. ¿Qué he de hacer?”.

Finalmente Narciso, embargado por una profunda tristeza, reconociendo, al fin, como propia, la imagen (en el momento de “conocerse”, y según la premonición de Tiresias), en una contemplación absorta, incapaz de apartarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas. En el lugar de su muerte nació una nueva flor, a la que se le dio su nombre: el narciso.


Trastorno narcisista de la personalidad

Es una exacerbación desadaptativa del componente narcisista de la personalidad (el narcisismo es un rasgo presente en una personalidad normal), reactiva a determinadas carencias afectivas durante los primeros años de vida, y que encubre una deficiente autoestima.

A semejanza del mito de Narciso (una madre herida transmitirá, sin desearlo, su desequilibrio emocional a su hijo: Liríope se sentía preocupada por el bienestar de su hijo), la personalidad narcisista nace desde una tara afectiva. En la infancia temprana se encuentra a menudo una actitud de indiferencia o desvalorización por parte de sus progenitores, lo cual les crea una inseguridad que tratan de compensar por medio de una autoevaluación exagerada e irreal (Baumeister, 1996). Se ha observado también una carencia emocional temprana producida por una madre emocionalmente fría o indiferente, o con una agresividad encubierta hacia su hijo (Piñuel, 2007). Ver Apego evitativo y Funciones psíquicas narcisistas (Función especular).

El narcisista compensará su carencia de autoestima cultivando una imagen grandiosa de sí mismo (autovaloración grandiosa), con puntos de vista egocéntricos e inflexibles frente a la realidad (resulta asombrosa su falta de autocrítica), y donde el otro quedará relegado (si es que se percible útil) a espectador, admirador, seguidor, sirviente o esclavo (ver narcisista complementario en Colusión narcisista).

Estar centrado en la imagen de sí mismo conlleva un peligro latente y contínuo de vivir dolorosas heridas narcisistas (toma de conciencia de que la imagen que tenía de sí mismo, o alguien significativo en su vida, era falsa), que son la otra cara del narcisista.

A los no simpatizantes del Opus Dei (“Obra de Dios” en latín) seguro que les interesará visitar Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?, y la lectura de los siguientes artículos relacionados con el tema que nos ocupa:

Trastorno narcisista de la personalidad del fundador del Opus Dei (Marcus Tank, 14/09/2007)
Trastorno Narcisista y el Opus Dei 1/2 (Nelli, 03/02/2010)
Trastorno Narcisista y el Opus Dei 2/2 (Nelli, 01/03/2010)
Opus Dei: Integrismo a la española (Begoña Piña, diciembre de 2002)

Artículos tan interesantes como sorprendentes, si tenemos en cuenta la influencia y el poder económico que sigue teniendo esta institución perteneciente a la Iglesia Católica (88.245 miembros en 2010, y un patrimonio estimado en un mínimo de 2115 millones de euros), fundada el 2 de octubre de 1928 por José María Escrivá de Balaguer (1902-1975), y el hecho de que este sacerdote español fuera canonizado en 2002... Curiosamente es el único que ha sido “dos veces santo”, porque el iluminado papa Clemente (1946-2005) del Palmar de Troya lo había declarado santo 24 años antes (igual que en años anteriores le fuese otorgada esta categoría a Francisco Franco, Carrero Blanco, José Antonio Primo de Rivera o Cristóbal Colón...).

Según el DSM IV, el trastorno narcisista de la personalidad consiste en una pauta generalizada de grandiosidad (en la imaginación o en el comportamiento), necesidad de admiración y falta de empatia, desde el inicio de la edad adulta y en diversos contextos, y que se manifiesta al menos por 5 de las siguientes características:

1) Sentimiento grandioso de la propia importancia

Exagera éxitos y capacidades, y espera ser considerado como superior sin unos logros proporcionados. Con frecuencia esta actitud se alterna con sensaciones de indignidad, producidas por heridas narcisistas, que dañan la confianza en sí mismo, siendo muy común el estado de ánimo deprimido. Por ejemplo, un estudiante que ordinariamente espera un sobresaliente y recibe un notable puede adoptar en aquel momento la convicción de que los demás le considerarán un fracasado)

Son estas sensaciones de inferioridad, propias de una conciencia de sí mismo distorsionada, o la mirada desprejuiciada de una persona sana e inteligente, las que revelan el vacío interior y “desmontan” el personaje. Igual que, de forma casual (derribando Totó, el perrito de Dorothy, el biombo del Salón del Trono) se desvela la identidad de Oz, el “Grande y Terrible”, en “El Maravilloso Mago de Oz” (Lyman Frank Baum, 1900). El Gran Mago resulta ser un viejecillo calvo y de arrugado rostro, que empieza a hablar a los protagonistas del cuento con voz temblorosa. Sin embargo, a diferencia de Oz, que humildemente afirma ser un hombre común y se complace en reconocerse un farsante (el aspecto liberador de conectar con la identidad verdadera), el narcisista tratará por todos los medios de proteger su imagen: justificando sus debilidades o fracasos con racionalizaciones o mentiras, y manipulando, rechazando o persiguiendo a aquel que amenaza su ego.

En el mito de Narciso, la contundente y misteriosa premonición de Tiresias es: “vivirá muchos años si no se conoce a sí mismo” (si no conoce su extraordinaria belleza). La perdición de Narciso es la perdición del narcisista: enamorarse de la imagen de sí mismo, que impedirá alcanzar el verdadero y liberador conocimiento de sí mismo.

2) Fantasías de superioridad (éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor ideal)

Aunque normalmente estas fantasías sustituyen a una actividad realista (otro síntoma es la incapacidad para arriesgar, por el miedo al fracaso), cuando alguna vez intentan conseguir sus objetivos, a menudo lo hacen lamentando su cualidad obligada y displacentera y están animados por una ambición que no puede ser satisfecha de ningún modo.

3) Creencia de ser “especial” (único)

Tiende a limitar sus relaciones a otras personas (o instituciones) también especiales o de alto estatus, que son los únicos que pueden comprenderlo, y entender los problemas “especiales” que tiene.

4) Necesidad constante de atención y admiración

Hace todo lo posible para ser el centro de atención y recibir cumplidos, a menudo con gran encanto. Aún las ideas más obvias y corrientes, si se le ocurren a él, deben ser vistas con admiración, y se deleita en expresarlas con un espíritu mesiánico. Si se enamoran de ideas de otros, las hacen propias sin singún escrúpulo ético. Suelen elegir profesiones que les proporcionen notoriedad social, reconocimiento o incluso fama. Cuando los narcisistas ejercen posiciones de poder, se rodean de personas que, por su propia condición, son inferiores a ellos (“narcisistas depresivos” que creen ciegamente en el “maestro”), y de otras que le harán la corte solo en función de un interés mezquino.

El individuo puede estar preocupado por lo bien o mal que hace las cosas o lo bien o mal que lo consideran los demás. Es hipersensible a la valoración ajena: ante las críticas puede reaccionar con rabia, vergüenza o humillación, aunque no lo exprese y tienda a enmascarar estos sentimientos con un aura de fría indiferencia. De la misma forma, podría simular sentimientos para impresionar a los demás.

También es frecuente la preocupación por parecer y mantenerse joven. Piensen, por ejemplo, en actrices o cantantes que, resistiéndose a asimilar el paso del tiempo y de la fama, van recomponiéndose con cirugía estética; en algunos casos con resultados traumáticos, como el de Laura Antonelli, un mito erótico del cine en la década de los 70, a quien una operación de cirugía estética le destrozó la cara en el año 1992.

5) Expectativas irrazonables de privilegio

De recibir un trato de favor especial, de recursos extraordinarios para con ellos o de que se cumplan automáticamente sus expectativas. Por ejemplo, creer que no debería hacer cola y esperar como los demás.

6) Explotación interpersonal

Se aprovecha de los demás para conseguir sus propios fines. Con frecuencia, las amistades se hacen según el provecho que se pueda obtener de ellas. En las relaciones sentimentales la pareja es tratada a menudo como un objeto útil para reforzar la propia autoestima.

7) Falta de empatía (egocentrismo)

Incapacidad para reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás. Por ejemplo, podría ser incapaz de entender por qué un amigo cuyo padre acaba de morir no quiere salir a pasear, o sorprenderse y enfadarse cuando un amigo que se encuentra gravemente enfermo anula una cita.

8) Envidia

Es frecuente que envidie a los demás (los que, según su propìo criterio, han tenido más éxito en la vida) o crea que los demás le envidian a él.

9) Soberbia (orgullo, vanidad)

Comportamientos o actitudes arrogantes (de desprecio a otros por considerarse superior).

El trastorno narcisista de la personalidad se da en un 1% de la población general (prevalencia a lo largo de la vida) y es dos veces más común en hombres que en mujeres.

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