Es el proceso de adaptación mental, física y conductual, que sigue a cualquier pérdida con valor afectivo, que conlleva una disminución de interés y libido respecto a lo que es ajeno al objeto perdido, un consecuente desapego progresivo respecto a él (que incluye las expectativas frustradas ligadas al objeto), y cuya resolución implica una reestructuración de los modelos representativos.

Estar en duelo (adaptarse a la pérdida) implica un trabajo psíquico y, en este sentido, Freud introdujo la expresión “trabajo del duelo” (“Duelo y Melancolía”, 1915), relacionada con el concepto más general de “elaboración psíquica” (trabajo elaborativo; integrar los estímulos que inciden en el psiquismo y establecer entre ellos conexiones asociativas).

Se entiende por preduelo la vivencia de pérdida de un ser querido en cuanto a la percepción y concepto que se tenía de é: el proceso terminal ha deteriorado severamente su aspecto y sus capacidades, físicas y mentales. Esta vivencia puede convertirse en duelo anticipatorio cuando la pérdida se pueda prever, con lo cual se adelanta la elaboración del duelo.

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Fases del duelo en niños (Bowlby)

Estudios con niños de 1 y 2 años, separados temporalmente de su madre y otras figuras de apego (en un hospital, residencia o guardería), muestran generalmente 4 fases (estados) emocionales respecto a la madre (2 y 3 se alternan con frecuencia):

1) Embotamiento

Aturdimiento, no reacción, generalmente de muy corta duración.

2) Protesta

Con llanto e ira, pide el regreso de su madre, y su actitud expresa que cree que volverá.

3) Desesperanza

Se calma y pierde la esperanza.

4) Desapego

Cuando la madre regresa a por él, no muestra interés por ella, o incluso parece que no la reconoce y que la ha olvidado. Es el estado afectivo que encontramos en psicópatas. La duración de este desapego tiene una relación directa con el tiempo que ha durado la separación.

Con frecuencia, y en cada una de estas fases, el niño tiene rabietas y conductas destructivas.

El estado emocional del niño, cuando vuelve al hogar familiar, depende de la etapa de duelo que se alcanzó durante la separación. Es habitual un período de apatía durante algún tiempo, en el que no reacciona ni pide nada (proporcional a la duración de la separación, y lo asiduas que fueron las visitas). Tras esta apatía inicial, el niño expresa una fuerte ambivalencia (amor/odio) hacia su madre, se apega a ella de una forma más intensa que antes de la separación, y, ante cualquier posibilidad de ser abandonado de nuevo, se despierta en el niño una intensa ansiedad de separación y reacciones de exigente ira. Es una actitud emocional semejante a una reacción histérica.

Cuando la separación de la madre y figuras de apego se prolongó más de 6 meses, o hubo repetidas separaciones, que llevaron al niño a un avanzado estado de desapego, es posible que no vuelva a recuperar el afecto por sus padres.

El duelo infantil es diferente al del adulto en cuanto a que se reduce la escala temporal, lo que conlleva que se alcance, en relativamente poco tiempo, un estado de desapego, y es un duelo potencialmente más patológico. La tristeza y la ira respecto a la madre pueden quedar inexpresadas, y el inconsciente de estos niños, marcado por la carencia afectiva.

Ver Tipos de Apego y Separaciones (guardería)


Fases del duelo en adultos (Bowlby y Parkes)

Las 4 fases aquí descritas derivan de los estudios de John Bowlby (1907-1990, psicólogo, psiquiatra y psicoanalista inglés) y Colin Murray Parkes (1928-, psiquiatra inglés). Es normal que el orden de la secuencia personal de duelo no sea fijo, y no siempre se viven todas las fases. Se pueden considerar como claves 3 publicaciones:

Bowlby, J, “Proceso de duelo”. International Journal of Psychoanalysis 42, 317-340, 1961

Bowlby, J, “El Apego y la Pérdida”: trilogía de “El Apego” en 1969, “La Separación” en 1972 y “La Pérdida: Tristeza y Depresión” en 1980, London: Hogarth Press

Parkes, C.M., “El primer año de duelo: Un estudio longitudinal de la reacción de viudas de Londres ante la muerte de sus maridos”, Psychiatry: Journal for the Study of Interpersonal Processes, Vol. 33, 444-467, 1970

Según Bowlby, los mecanismos para afrontar las separaciones en la primera infancia (que conllevan ansiedad de separación) serían esencialmente los mismos que son observados cuando un niño mayor o un adulto pierde a un ser querido.

Parkes entrevistó a 22 viudas londinenses menores de 65 años de edad, en 5 ocasiones a lo largo de los 13 primeros meses después de la muerte de sus maridos (1, 3, 6, 9 y 12,5 meses). Después de un período de embotamiento emocional, las viudas oscilaron entre las experiencias de añoranza/búsqueda de sus maridos y los sentimientos de desorganización /desesperanza. En la evaluación del 13º mes, Parkes (1970) encontró que la mayoría de las viudas seguían luchando por aceptar la realidad de la pérdida, lo cual es una indicación de la fase de desorganización.

Es importante señalar que, a pesar de que Parkes (1970) y Bowlby (1961, 1980) describen las diversas fases del duelo, afirmaron que estas son una guia general, y las personas fluctuarán entre las fases en lugar de seguir una secuencia fija. Por lo tanto, toda la experiencia de los comienzos de duelo puede ser pensada como dolor agudo, que abarca las fases de embotamiento, añoranza/búsqueda y desorganización /desesperanza.

Los psicólogos J. William Worden (“Consejo y terapia de duelo: Un manual para el profesional de la salud mental”, New York: Springer, 1982) y Therese A. Rando (“Duelo, agonía y muerte: Intervenciones clínicas para cuidadores”, Research Press, 1984) inciden en la idea de tareas que hay que realizar para un sano trabajo de duelo. Worden considera que son las siguientes: aceptar la realidad de la muerte, experimentar el dolor de la pérdida, adaptarse a su medio (en el que ahora falta el ser querido), y retirar la energía emocional desde la persona que falta, reinvirtiéndola en otras relaciones.

1) Embotamiento
 de la sensibilidad (evitación, negación)

Muchas viudas del estudio de Parker se sintieron aturdidas, desorientadas, confundidas y, en mayor o menor grado, incapaces de aceptar la pérdida. Pensamientos asociados a éste breve período, y que implican una negación de una realidad excesivamente dolorosa, serían: “No es posible”, “No es verdad”, “No lo creo”, etc. La actividad cotidiana de la persona suele quedar interrumpida.

Muchas dijeron no haber sentido nada (indiferencia). A veces la calma quedaba rota con una descarga emocional extrema, generalmente de pánico, pero frecuentemente de ira. En uno o dos casos expresaron haberse sentido eufóricas. Puede durar minutos, unas horas, o varios días (hasta la primera semana).

2) Añoranza y búsqueda
 (confrontación, fase aguda de duelo)

Se produce una “escisión del yo” (término de Freud): por un lado se acepta la pérdida, por otro se tienen fantasías con el ser amado, expectativas, impulsos de búsqueda y recuperación, sensaciones de que aún está presente, todo lo cual puede expresarse de diversas formas:

Percepciones

Tendencia a situar la atención en aspectos de la realidad asociados (por ejemplo, una fotografía donde esté el fallecido), confundir en la calle a una persona con él, sentirlo presente ante diversos estímulos (ruido de una puerta, sonidos que se asimilan a su voz o sus pasos).

Es especialmente importante dejar constancia aquí de lo frecuentes que son las experiencias de contacto con el fallecido (les animo a mantener su mente abierta, y no incurrir en el mismo error que los investigadores, al interpretarlas prejuiciosamente como “alucinaciones”).

Pensamientos

Tendencia a recordar a la persona perdida, obsesiones respecto a él y las condiciones de su muerte (por ejemplo, pensamientos sobre la posibilidad de haber evitado lo ocurrido), temor a olvidarlo (no pensar en él), porque se asocia a una pérdida consumada. Algunas veces las ideas de suicidio, escenificaciones, o intentos reales, pueden manifestar este deseo de reencuentro.

Como es natural, y teniendo en cuenta el sentido principal de los sueños (la realización de deseos), es normal la ocurrencia de sueños donde el ser querido está vivo, y que se experimentan de una forma muy real.

Emociones

Existe un estado de excitabilidad psicológica aumentada (inquietud general), que se manifiesta como irascibilidad, angustia gneralizada o crisis de angustia (no vivir ya con el difunto implica vivir lo desconocido), sentimientos de odio, culpa, y que formaría parte de la conducta de búsqueda. Al mismo tiempo, habría una tristeza profunda, síntomas depresivos diversos, añoranza, y accesos de llanto, que expresan un reconocimiento de que la recuperación es imposible (Bowlby, 1980).

Según Bowlby, la ira (respuesta general ante la deprivación de algo) es una respuesta inmediata, corriente y quizás invariable, a la pérdida, constituye parte integral de la reacción de pesar y es la emoción más importante de esta etapa. Su función sería protestar ante la pérdida, tratar de recuperar a la persona fallecida, recriminarle y disuadirla de irse de nuevo, y expresar frustración porque no “regresa”. Asimismo es común dirigir ira u odio (muchas veces de forma injusta) hacia personas a las que se culpa de lo ocurrido (médicos, enfermeras, cuidadoras...), incluido él mismo si tiene tendencia depresiva.

El sentido de la culpa (ira hacia uno mismo, autoreproches) puede ser el hecho mismo de seguir vivo y que el ser querido no lo esté, no haber hecho algo para evitar su muerte, sentir ira o sentir alivio (liberación de responsabilidad), o el mismo hecho de llorar (percibido como descontrol emocional).

Otra sensación frecuente es la de sentirse “mutilado”: la parte de uno mismo que ha “muerto” con el fallecido es todo aquello relacionado con el vínculo, aquella parte de la vida que era compartida con él.

Conductas

Visitar sitios que fueron relevantes afectivamente para los dos (como un parque, plaza o paseo), buscarlo, consciente o inconscientemente, en los lugares a los que solía ir, repasar fotografías, coger y acariciar objetos comunes, estar en la habitación más relacionada con él.

Es normal que se mantengan las pertenencias del fallecido, que en la habitación más vinculada a él no se toque nada (un cambio expresaría renunciar al reencuentro). También las visitas al cementerio podrían expresar este anhelo de recuperación.

Lo más importante es la expresión emocional, siendo fundamental la verbalización (o expresión escrita) ante un interlocutor confiable y empático. 
Empatía es la capacidad de comprender al otro, poniéndonos en su lugar, opuesto a “egocentrismo”; en el caso de los sentimientos, éstos “resuenan” en nosotros debido a las propias vivencias (no confundir con “simpatía”, que es un proceso puramente emocional que hace que uno sienta igual estado emocional que el otro). Es ésta una actitud que implica respeto a la percepción ajena, y que permite facilitar el proceso de duelo o cualquier proceso de crecimiento.

Este período puede durar entre meses hasta aproximadamente año y medio en el caso normal.

3) Desorganización y desesperanza
 (tristeza)

Esta fase del duelo implica la pérdida inconsciente de la esperanza de reunirse de nuevo con el ser querido. Desde la tristeza o desde un estado depresivo, se vive la desesperanza, al frustrarse todo intento de retomar el vínculo con el fallecido, y el sentimiento de incapacidad de organizar la propia vida.

Esta fase puede durar meses.

4) Reestructuración
 (reorganización, aceptación, restablecimiento)

Se acepta que la pérdida es permanente y hay una gradual declinación del duelo, que corresponde al inicio del equilibrio emocional y la reinserción social. Los recuerdos del ser querido se acompañan de sentimientos de cariño y suave tristeza, habiéndose superado el agudo dolor emocional de las etapas anteriores.

En la concepción teórica de Bowlby, se trata de una reestructuración de los modelos representativos del sí mismo y del mundo externo: por ejemplo, adaptarse a la idea de ser viuda o replantearse las ideas respecto a la vida y la muerte. Poco a poco se va aceptando la nueva realidad, y pueden surgir planes para el futuro.

Una elaboración adecuada del duelo es una oportunidad, y permite, igual que las crisis en general, el crecimiento interior y el cambio favorable de la personalidad. Ya nada es igual que antes y, a partir de ahora, la persona puede enfrentar la vida con mayores recursos mentales y con un equilibrio interior más sólido.

Suele durar entre 2 semanas y 3 meses, y en los casos de duelo por la pérdida de una persona muy cercana y querida, podría prolongarse hasta los 6 meses.


Determinantes en la elaboración del duelo (factores condicionantes)

Un duelo es el resultado de la conjunción de diversos factores:

Psicológicos

Vínculos afectivos primarios, mecanismos de defensa frente a privaciones y pérdidas, creencias sobre la muerte, duelos anteriores, circunstancias de la muerte, percepción de responsabilidad/culpa, tareas pendientes, pérdidas secundarias implícitas (frustraciones), grado de apego y dependencia...

Cada duelo será proporcional, en intensidad y duración, a la importancia subjetiva de la pérdida.

Fisiológicos

Salud física, adicciones...

Sociales

Apoyo social, redes sociales...


Clasificación (tipos de duelo)


Duelo normal (sano)

Vivencia de las 4 fases del duelo: adaptación a una nueva vida con nuevos vínculos afectivos. Teniendo en cuenta que la duración del duelo es muy variable, al depender de diversos condicionantes, una referencia general media podría ser 1 año en paises del sur de Europa (Península Ibérica, Península Itálica, Chipre y Península Balcánica), que sería menor en paises anglosajones (Gran Bretaña, Canadá, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda). Si se trata de una pérdida importante para la persona, un duelo normal podría resolverse a lo largo del 2º año.


Duelo patológico (complicado)

Los síntomas psíquicos y somáticos desbordan la capacidad de afrontamiento de la persona, y el sufrimiento le lleva a conductas desadaptativas, o bien no hay ninguna evolución, y el duelo no avanza hacia su resolución. Está claro que aquí lo indicado sería hacer un trabajo psíquico profundo, a través de una Terapia Online o Presencial, en la que se esclareciera todo el trasfondo mental que impide alcanzar un bienestar interior.


Síntomas de duelo patológico

Duración del duelo superior a 2 años (Europa del Sur)

Embotamiento afectivo de más de 1 semana

Falta completa de manifestación afectiva (por ejemplo, incapacidad para llorar), que contrasta con la emocionalidad normal de la persona

Recaída sin causa aparente durante el curso inicial del duelo

Referencias al fallecido en presente, como si siguiera vivo

Idealización excesiva del fallecido, especialmente si hay constancia de mala relación previa

Ideas de suicidio persistentes (como forma de reencuentro con el fallecido)

Ira o culpa desproporcionada y persistente

Identificación por el síntoma (expresión de Freud)

- Edípica: adoptar propiedades del progenitor rival, que significa sustituirlo, y que expresa amor edípico por el otro progenitor; conlleva hostilidad y culpa; es la formación histérica de síntoma

- Objetal: adoptar propiedades del objeto amado; la identificación es la forma más primitiva de vínculo afectivo

- Desiderativa: adoptar propiedades de personas que tienen algo que deseamos

Angustia, ansiedad o depresión persistentes: crisis de angustia, fobias, depresión de más de 18 meses, etc.

Somatizaciones persistentes: insomnio, dolores de cabeza, mareos, vértigos, estreñimiento, etc.

Hábitos de conducta alterados: en salir o no de casa, hiperactividad compulsiva, adicciones (alcohol, psicofármacos, drogas ilegales, ludopatía...), detención de la vida laboral, académica o social


Clasificación (tipos de duelo patológico)

Hay una correspondencia entre las dos variantes de duelo patológico y la respuesta a la separación breve que se produce en el procedimiento experimental de “La Situación Extraña” (Mary Ainsworth y Silvia Bell). Un grupo de niños parece no reaccionar ante la separación. Otro lo hace de forma dramática, angustiosa, con rabia intensa.

Asimismo, ante una pérdida, los adultos que pueden ser clasificados con la Entrevista de Apego para Adultos (“Adult Attachment Interview, AAI”) como evitativos (desapegados) tienden a hacer duelos inhibidos (escasa emocionalidad), mientras que los clasificados como preocupados (angustiados) están predispuestos a duelos crónicos (emocionalidad intensa).

Duelo inhibido
 (bloqueado, congelado, retardado, pospuesto, evitado)

La anestesia afectiva (ausencia de aflicción) persiste meses, años o toda una vida. Las personas que quedan bloqueadas en este estado, van a continuar su vida de una forma adaptativa, y aparentemente normal, pero la no resolución de su duelo las hace vulnerables en su capacidad de afrontamiento emocional.

Características

- Bloqueo emocional permanente (fijación en la fase 1; Bowlby, 1980)

Persistencia de vínculo inconsciente con el fallecido, negación de la pérdida afectiva (la persona sigue su vida cotidiana como si nada hubiera pasado, se habla del fallecido en presente, como si siguiera vivo), mantener intactas todas las pertenencias y habitación del difunto, así como el resto del hogar; Geoffrey Gorer (1905-1985, antropólogo inglés) habla en este caso de “momificación” (“Death, grief, and mourning in contemporary Britain”, London, Cresset Press, 1965), cuyo caso extremo podríamos ejemplificar con el personaje de Norman Bates, de la película “Psicosis” (Alfred Hitchcock, 1960). Ver Repudio

- Evitación

Refuerzo del bloqueo emocional evitando pensar en el fallecido, no ponerse en contacto con aquellas cosas relacionadas con él y que reavivan el recuerdo (es frecuente deshacerse de recuerdos o evitarlos, como fotografías, pasear por lugares comunes, etc.), desplazamiento de la energía psíquica hacia actividades evasivas que bloquean el trabajo de duelo (hiperactividad compulsiva, no dejar de trabajar, actividades de ocio contínuas), utilizar el alcohol u otras drogas (incluidos los psicofármacos)

- Mecanismos de defensa

  Aislamiento afectivo: “control emocional”, ausencia prolongada de vivencia emocional conscientemente asociada a la pérdida (y, por tanto, de expresión emocional significativa), incapacidad para llorar, somatizaciones; puede llevar a la insensibilidad, la carencia de vínculos afectivos, la ausencia de sufrimiento ante la pérdida de personas cercanas, y la falta de verdaderos intereses

  Desplazamiento: síntomas psíquicos vividos sin sentido o desproporcionados (por ejemplo, desplazamiento de la ira de duelo hacia otros hechos o personas)

  Idealización del fallecido

  Identificación proyectiva: por ejemplo, cuidado compulsivo de alguien que haya sufrido una pérdida

Es posible que se entre en depresión al acontecer algo externo asociado inconscientemente a la pérdida que no se lloró...: el aniversario de la muerte, una pérdida con menos importancia objetiva, alcanzar la edad del fallecido, etc.

El llamado duelo eufórico (duelo maníaco, manía de duelo, manía de funeral) es una rara reacción de tipo maníaco, que niega la pérdida o se alegra de ella:

- Manía reactiva: el yo experimenta una desinhibición hipertímica (hiperactividad, euforia) “neurótica” transitoria

- Manía bipolar: la pérdida de un ser querido desencadena una fase de manía (que supone una identifación con el yo ideal), a la que continuará una fase depresiva (que supone una identificación con el ideal del yo)

Causas (factores condicionantes)

- Pérdidas inesperadas (muertes traumáticas)

Pueden condicionar una reacción defensiva de shock incompatible con la elaboración del duelo, y la imposibilidad de un contacto normal con la realidad. Un ejemplo es el de la Muerte súbita por trastorno cardiovascular, y un caso especialmente dramático es el del Síndrome de muerte súbita del lactante

- Relaciones ambivalentes (amor/odio)

Se da en casos de maltrato, abusos, etc. Sensación inicial de alivio (alegría) y baja ansiedad, y posterior aparición de desesperanza y pena, configurando un duelo largo e intenso, emocionalmente ambivalente, y con tendencias autopunitivas.

- Censura emocional

Un caso frecuente de bloqueo emocional es una familia donde los padres han sido incapaces, por sus propias carencias afectivas, de proporcionar al niño una base segura. Las emociones “negativas”, tales como ira, odio o celos, fueron censuradas cuando se expresaban. El niño no llegó a vivir una atmósfera de contención emocional a partir de la cual desarrollar naturalmente el autocontrol. En su vida de adultos tenderán a permanecer “mutilados” en su emocionalidad, con las consecuencias psicosomáticas que ello implica.

- Padres poco emotivos o alexitímicos

Puede darse el caso también de familias en las cuales se aprende que la emocionalidad no tiene presencia en la vida psíquica.

Duelo crónico

Es el duelo patológico más común (alrededor del 9% de los duelos en general), y es más frecuente en mujeres.

Sufrimiento emocional agudo permanente (fijación en la fase 2 y 3; Bowlby, 1980)

Persistencia de vínculo con el fallecido, las respuestas emocionales que siguen a la pérdida perduran por largo tiempo y generalmente con mucha intensidad. La depresión es el síntoma predominante, a menudo combinado con ansiedad, obsesiones atormentadoras, pena, episodios de ira intensa y autoreproches.

Incapacidad para rehacer la vida desligandose mentalmente del ser querido (es frecuente hablar en presente acerca del fallecido), desorganización.

Causas (factores condicionantes)

Hay personas (especialmente viudas) que no superan el duelo a pesar de que no están inhibidas emocionalmente. Pueden darse varios casos (Bowlby, en “Vínculos afectivos: Formación, desarrollo y pérdida”, 1979):

- Dependencia emocional, que se origina en un apego angustioso, y con antecedentes de intensa ansiedad de separación, aun en separaciones de poca duración

- Vínculos muy cerrados de pareja respecto a otras relaciones, en cuyo caso la identidad está muy determinada por el vínculo, y la viuda queda fijada a percibirse a sí misma como “viuda de_”

- Relaciones ambivalentes de pareja donde es frecuente que se perpetúen los sentimientos de culpa, por no haber sido buenas esposas, y el duelo crónico se puede interpretar como una forma de expiación (por ejemplo, haber sido muy posesiva con el marido)

El llamado duelo enmascarado consiste en una falta de conciencia, de que síntomas psíquicos, somáticos o conductuales, tengan relación con la pérdida no superada. Por ejemplo, puede experimentar síntomas físicos similares a los del fallecido antes de morir.


Experiencias de contacto con el fallecido (“alucinatorias”)

El médico británico W. Dewi Rees estudió las experiencias subjetivas de contacto, de viudos (227 viudas y 66 viudos, del area central de Gales, sin enfermedad incapacitante) con sus esposos fallecidos (“Las alucinaciones de la viudez”, Revista médica británica, 4, págs. 37-41, 1971). Verán que los resultados fueron contundentes y sumamente interesantes. El único defecto que se le puede poner al autor, y no es una cuestión nimia, es que se refiera a todas estas experiencias como “alucinaciones” (tal como expresa el título de la publicación). La práctica “científica” sigue estando nublada por el prejuicio, algo muy habitual entre médicos o profesionales que se les quieren asimilar). Teniendo en cuenta esta consideración, me limitaré a transcribir el resultado de las entrevistas, no sin antes afirmar la posibilidad obvia de que lo relatado traspase la frontera de lo “subjetivo asimilado a falso”, y se sitúe en el espacio de los fenómenos paranormales: lo “subjetivo asimilado a verdadero”.

Casi la mitad de estas 293 personas tuvieron alguna (una o más) experiencia de contacto (46,7%), siendo la más común el sentir la presencia del fallecido (39,2%, por ejemplo la sensación de que la persona fallecida está sentada a los pies de la cama), seguido por haberlo visto (14%), oído (13,3%), haber hablado con él (11,6%), y muy ocasionalmente haber sido tocados (2,7%). La proporción de mujeres y hombres que tuvieron estas experiencias fue similar, y no hubo relación con la clase social, circunstancias de vida, localización geográfica, prácticas religiosas, apoyo social, o el tipo de pérdida.

En el 36,1% de todos los casos las vivencias con el ser querido fallecido se prolongaron durante muchos años, pero fueron más comunes durante los primeros 10 años después de la pérdida (a pesar de lo cual, a veces la experiencia se produjo incluso décadas después). Los jóvenes tenían menos propensión a tener estas experiencias que los que enviudaron después de la edad de 40 años. Las experiencias fueron más frecuentes en las viudas más jóvenes, un hallazgo confirmado en otros estudios posteriores (Susan L. Datson y Samuel J. Marwit, 1997; Simon-Buller, S., Christopherson, V.A., y Jones, R.A., 1988-89).

Los miembros del grupo de "profesionales y gerentes" eran particularmente susceptibles de vivir estos contactos, mientras que las viudas de los "trabajadores no manuales y vendedores” fueron las menos propensas a tenerlos (esta relación positiva respecto al nivel educativo no se confirmará en estudios posteriores estadounidenses, en los que resultará lo inverso: Susan L. Datson y Samuel J. Marwit, 1997; Richard A. Kalish, David K. Reynolds, 1973; C. M. Klugman, 2006). La frecuencia de ocurrencia resultó ser mayor en las personalidades histriónicas (histéricas) que en las obsesivas. La incidencia aumentaba con la duración del vínculo y se asociaba particularmente con la felicidad del matrimonio y la paternidad (haber tenido hijos).

El 68,6% sintió como beneficiosa (reconfortante) su vivencia de contacto (de ahí la tendencia a ser catalogadas como “alucinaciones benignas”), y el 25,5% no lo sintió ni útil ni desagradable. Rees concluyó en su estudio que “las alucinaciones son experiencias normales después de la viudez”.

Cabe la posibilidad también de que en algunas ocasiones estas vivencias puedan ser una fuente de considerable angustia. El término “reacción de duelo patológico” ha sido propuesto para expresar la ocurrencia de síntomas “alucinatorios” no relacionados con la persona fallecida; el psiquiatra norteamericano Lloyd A. Wells refiere el caso de dos personas con estas reacciones, que reportaron experiencias asimilables a los fenómenos de Autoscopia (según el autor, cómo no, “alucinaciones visuales”).

En general, la prevalencia de las experiencias de contacto (“alucinaciones de duelo”) en viudos se ha encontrado que se encuentra entre el 30% y 60%. Sin embargo, el hecho de que los entrevistados fueran reacios a dar a conocer sus vivencias, incluso a los amigos íntimos o familiares (por miedo al ridículo, a la incredulidad, o a ser percibido como desequilibrado), hace pensar en una magnitud aún mayor del fenómeno.

En Fenómenos visuales y Fenómenos táctiles tienen varios casos fascinantes de experiencias de contacto con fallecidos.

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